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MUERE UN LEAL DEFENSOR DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.

10-06-2015

 

 

Federico Arcos

(18 julio 1920-26 mayo 2015)

 A punto de entrar en prensa, con gran tristeza informamos de la muerte de nuestro compañero, amigo, padre y abuelo, Federico Arcos, en Windsor, Ontario, a la edad de 94 años.

            Los últimos meses fueron difíciles para él, pero en suma, podemos decir que vivió una vida larga plena y admirablemente. Defendió valores humanos nobles y perdurables. Se preocupó por los seres humanos y por la Tierra. Creyó en la justicia y la libertad, en la solidaridad y en la compasión. Tuvo sobre nosotros una influencia poderosa y permanente.

            No estamos todavía preparados para escribir sobre nuestro querido amigo, así que publicamos el siguiente texto, basado en un homenaje que le rendimos en Detroit con motivo de su ochenta cumpleaños.

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 Federico era hijo de gente humilde, obreros. Creció respirando el aliento del fervor anarquista de los viejos barrios cenetistas de Barcelona en las décadas de 1920 y 1930. Uno de sus primeros recuerdos era de cuando leía la prensa anarquista en voz alta a los compañeros y vecinos reunidos, porque no todos sabían leer.

            Cuando se produjo la revolución, en 1936, él ocupó su lugar en la lucha, haciendo lo que hiciera falta, tanto si era enseñar a un compañero a leer, como si era atravesar la línea de fuego para recoger munición, como compartir un mendrugo de pan. Entregando completamente su energía y su juventud al Ideal y aprendiendo que ese sacrificio tiene como recompensa una mayor satisfacción que cualquier egoísmo que la sociedad burguesa pueda ofrecer.

            Federico sufrió por sus creencias y sus principios. Fue testigo de la derrota de la revolución. Se vio obligado a  exiliarse a Francia, donde tuvo que esconderse de la policía de Vichy. Tras regresar a España, pasó un tiempo en la cárcel y fue obligado a hacer el servicio militar. Después, participó en el movimiento clandestino antifranquista, y vio a muchos amigos de su juventud morir en la clandestinidad y en el exilio.

            En 1952 emigró a Canadá y, al otro lado del río, en Detroit, encontró una dinámica comunidad anarquista, mayormente compuesta de españoles, europeos del este e italianos. Federico era uno de los miembros más jóvenes de esa comunidad. En la década de 1970 nos conoció a nosotros y con el tiempo se convirtió en nuestro mayor, nuestro «abuelo».

            Federico trabajó la mayor parte de su vida en una fábrica de la Ford. En su sindicato fue un compañero leal y respetado; participó en la histórica huelga de los 110 días de los trabajadores del automóvil de Canadá, que se desarrolló en Windsor en 1955.

            A lo largo de los años fue reuniendo uno de los archivos anarquistas más importantes de Norteamérica, en realidad, del mundo, en su modesto hogar. Le dan las gracias en numerosos libros los historiadores que acudían allí a investigar, y donde eran bien recibidos y habitualmente dados de comer por Federico y su mujer, Pura. Ella tenía su propia historia anarquista y todos la queríamos mucho. Pura murió en 1995.

            Federico amaba la poesía, creó una encantadora colección con sus propios versos, con elegías a sus compañeros caídos y meditaciones sobre la condición humana. Era un compendio de poemas, canciones y refranes, y podía recitar de memoria una impresionante cantidad de poesía. Creía en el poder de la palabra, del mismo modo que creía en el poder del amor, de la amistad, de la lealtad, de la justicia y de la libertad.

            Federico vivió modestamente, sintiéndose satisfecho no con las cosas materiales o los signos de estatus social, sino con la solidaridad y la pasión revolucionaria. Fue un compañero entregado, siempre dispuesto a trabajar y a visitar a los amigos. Nunca sugirió posponer nada que pudiera ser hecho de forma inmediata. Siempre dando un paso al frente, aunque sus rodillas, espalda o pulmones protestaran a veces contra su empuje.

            Desde su juventud, cuando fue miembro de Los Quijotes del Ideal en el barrio de Gracia en la Barcelona revolucionaria de 1937, hasta su participación en Black and Red y el Fifth Estate, mantuvo sus ideales y sus principios. Demostró con su ejemplo que uno puede perder grandes batallas históricas y aun así triunfar en la vida.

            Uno de los recuerdos más vívidos de Federico era de después de la derrota de la España republicana en 1939, cuando los refugiados, Federico entre ellos, huían a Francia, enfermos, desanimados, preocupados por el futuro, y débiles por el hambre. Recordaba con una sonrisa y una especie de maravilla cómo recogían de debajo de las encinas bellotas para comer y cómo esto les daba fuerzas.

            Los que han leído el Quijote probablemente sabrán que desde los tiempos clásicos la encina ha sido el símbolo de La Edad de Oro. Tras el joven Fede (como le llamaban sus amigos), que no había cumplido los diecinueve años, yacían las ruinas de una de las breves Edades de Oro de la historia y de uno de los sueños más sublimes que los seres humanos hayan podido soñar. Delante, una gran incertidumbre, y, ahora lo sabemos, más violencia, calamidades y desengaños. Pero los compañeros y compañeras se reunieron, comieron bellotas y eso les dio fuerzas.

            Federico Arcos vivió una vida de pasión y entrega, con ese nuevo mundo siempre en su corazón, recordándonos, como Rousseau señaló una vez, que la Edad de Oro no está delante ni detrás, sino dentro de nosotros mismos.

 

David Watson